Unos admiraban su largo y
rubio cabello ondulado hasta la cintura.
Otros, quizá sus sinuosas
caderas y sus largas piernas.
O tal vez su estilo impoluto
a la hora de vestir.
Puede que algunos, incluso
admirasen aquel lunar que se dibujaba en su barbilla: pequeño, y en el lugar
exacto, para aportar una belleza cálida en su joven rostro.
Incluso podrían admirar sus
mejillas prominentes y de un sutil y bello color rosado, como el que se es
afortunado de apreciar a veces en la aurora.
O tal vez sus logros fuesen
el motivo.
La belleza no lo era todo,
sino que a ojos ajenos, su vida estaba dotada de gracia y popularidad en cada
ámbito social en el que se integraba.
Iba de fiesta en fiesta,
reía, bailaba y se liberaba.
Liberaba la mente. Liberaba
el alma…
Liberaba el alma, de todo el
daño que la habían ocasionado.
Es probable que cada uno de
ellos, ignorantes en su propio mundo, la considerasen una joven afortunada; más
no lograban enfocar más allá, de aquella falsa sonrisa que se dibujaba en su
rostro a diario.
Durante la noche lloraba,
recordaba cada recuerdo dañino que aún la lastimaba, y cuando llegaba el alba
de un nuevo día, se secaba las lágrimas, se ponía su mejor conjunto, y maquillaba
en su rostro una amplia sonrisa, para fingir comerse el mundo.
Sonia